¿Qué a que se debe mi ausencia? Pues a muchas cosas juntas y a nada en específico a la vez. He estado haciendo otras cosas en mi tiempo libre (como empezar a tocar un instrumento), ya que he pasado por un tremendo bloqueo lector del que al fin he conseguido salir gracias a un libro del que muy pronto os hablaré. Además, el curso escolar me ha resultado mucho más duro de lo esperado y no he encontrado mucho tiempo para escribir y compaginarlo con otras cosas.
Pero para celebrar mi regreso... ¡dejo el relato con el que he ganado el primer premio de un concurso de literatura de mi instituto! Estoy contentísima y me hace mucha ilusión. Este año decidí apuntarme a algún concurso y... ha salido mejor de lo que pensaba, ya que por ahora llevo dos primeros premios :) Pronto subiré el otro que gané.
Despierto
de un extraño sueño por los gritos de mi dama de compañía, que me
llama por los pasillos de palacio. Usando una manta como cobijo del
frío matinal, la permito pasar a mi alcoba. Su tez luce más pálida
que nunca, haciendo justicia a su nombre.
-Blanca,
¿a qué viene tal inquietud?- le pregunto algo alarmada.
-¡Oh,
Anaís! Catastróficas noticias traigo. Su prometido, el principe
Rommel, marchará a la guerra tras el atardecer. Esta madrugada ha
llegado una carta de su padre, el rey de Aledia soliciando su espada
y la de cada uno de los caballeros del reino.
Después
de aquella trágica noticia, todo mi mundo parece desmoronarse en tan
solo un segundo. Sin él tan solo seré una hija de nobles, sin
llegar a nada más en la vida. Casi sin pensar, corro hacia el salón
del trono y le encuentro enfrascado en una conversación con un
hombre mayor, aparentemente importante.
-
Rommel...- pero antes de poder terminar la frase, se gira con el ceño
fruncido y me grita, haciéndome sentir tan inferior como siempre. -
¡Anaís, estoy hablando de cosas de hombres!, te atenderé más
tarde.- Retrocedo y, cabizbaja, marcho con amargura.
Solo
puedo esconderme en un sitio: La biblioteca. O mi refugio, como yo lo
llamo. Benditas estanterías polvorientas llenas hasta los topes de
tomos que puede que nadie haya ojeado desde hace siglos. Libros que
rebosan vida y ganas de vivir. Miles de historias con las que yo solo
puedo soñar. El infinito escrito en verso y prosa...
Llevaba
viajando a mi mundo gracias a esa estancia tan bien escondida entre
los muros de palacio desde que era tan solo una niña, y desde que la
descubrí no pude dejar de acudir a ella ni un solo día. Lo cierto
es que siempre me he creido la única conocedora de esta habitación,
ya que si alguien supiera de su existencia, me habrían cerrado el
paso hace mucho tiempo. ¿La razón? Me gustaría conocerla.
Se puede
decir que yo siempre he sido una niña muy curiosa e imaginativa. Con
tan solo la edad de cuatro años comencé a leer y escribir sin ayuda
de adultos, con ocho ya hacía cálculos avanzados y con diez conocía
los mapas del mundo entero. Pero ante todo, mi amor hacia la
literatura destacaba entre el resto de inquietudes. Quería saber,
quería entender, quería conocer, quería leer... Pero no dejaba de
ser una niña. Nací destinada a criarme entre fogones y escobas. En
la escuela mis maestros se alarmaban por tanta curiosidad viniendo de
una joven y no tardaron en comunicárselo a mis padres. Ellos, por
supuesto, se extrañaron hasta el nivel de llegar a asustarse. Se
corrió la voz de mis resultados académicos (demasiado altos para
tratarse de una chica), pero nada cambió para mi.
Yo me
crié con burlas e insultos entrando por un oído y saliendo por
otro, un libro entre mis manos, y Blanca a mi lado, defendiéndome en
innumerables ocasiones. Ella, al venir de una familia desestructurada
y muy pobre, no acudía a la escuela. Pero desde el día en que la
sorprendí leyendo un volumen polvoriento al final de un callejón,
no nos hemos separado. Tan solo tenía seis años y me llamó la
atención su vestido: sucio y demasiado largo para su corta estatura.
-¡Eh
tú! Sí tú, la niña del pelo de color zanahoria. ¿Que haces ahí?-
Gritó una de mis compañeras de clase.
-Leer.
¿Y tú?- Respondió ella levantando unos enormes ojos grises del
papel amarillento.
-Yo
salgo del colegio, ¿tu no vienes?
-No, mi
padre no tiene dinero para llevarme, pero dice que soy igual que los
niños que van a la escuela.
Mi
compañera no paró de mofarse de ella desde ese momento. Por el
contrario, yo solo sentía la necesidad de conocerla mejor.
Y ese
fue el inicio de nuestra historia. Mas hermosa que cualquiera que se
haya podido escribir. Desde ese primer momento nos sentimos unidas
por nuestra pasión por la lectura, y nos encontrábamos cada día a
la salida del colegio. Nos reíamos de las burlas de los demás
niños, e inventábamos crueles brujas, monstruos marinos y vampiros
que interpretaran su papel en nuestra historia. Escribíamos e
ilustrábamos un cuento distinto cada día. Y a la hora de mi
retirada a palacio, nos fundíamos en un abrazo eterno en el que
imaginábamos un mundo en el que ser iguales. En el que jugar.. para
siempre.
Pero
toda paz llega a su fin. Llegó mi adolescencia, y con ella los
rumores pasaron de convertirme en un bicho raro a una enferma mental.
Todo pasó muy deprisa, hasta que el cura del pueblo se enteró de
las habladurías y decidió que "tanto cuento chino no podía
ser bueno para la salud de una joven". Advirtió a mis padres
que si no me sacaban del colegio me acabaría convirtiendo en una
marimacho sin remedio. Que me volvería loca. Ellos, por supuesto,
accedieron. Y lo peor fue que no solo me prohibieron la educación,
también intentaron borrar la palabra libro de mi diccionario.
Intentaron, porque a pesar de sus recomendaciones, mis ansias de
conocimiento no se marcharon.
Para
asegurarse de que no volvería a actuar como una inutil, me
prometieron con el príncipe de Aledia. Le conocía, poque ya había
descubierto a nuestros padres hablando sobre "nuestro futuro"
en repetidas ocasiones. Nunca pensé que el futuro al que se referían
sería tan desgraciado para mi.
Cuando
Blanca me descubrió llorando en el callejón en el que nos
conocimos, no pude evitar abrazarla. Abrazarla y aferrarme a ella
como si fuera lo único que me mantenía con vida. La quería. Ahora
que mis propios padres y todo mi mundo me había prohibido conocer la
verdad, eso era de lo único que estaba segura.
Como si
me hubiera leído la mente, me susurró muy suavemente:
-Te amo.
-Y yo.
Muchísimo. - contesté casi automáticamente.
-Y amar
no es lo mismo que querer. Amar es no solo con el corazón, si no con
todo mi ser.
Después
de aquellas palabras supe que nada podría derrotarme teniendo a
Blanca junto a mi. Han pasado los años y sigo estando segura de
ello.
Los años
han sido extraños para mi después de ser prometida. He sido
obligada a acudir a cientos de fiestas, acontecimientos reales e
incluso protestas del pueblo, ya que, a pesar de haber pasado tiempo,
muchos no quieren que aquel bicho raro sea su futura reina. Pero,
como siempre, todo lo que dicen sobre mi me da igual.
Y ahora
me encuentro aquí, llorando en mi viejo sillón de lectura,
replanteándome la vida que no he elegido vivir. Si mi prometido
marcha a la guerra no serviré para nada... ¿O eso es lo que han
querido que piense durante todo este tiempo? Me levanto, asustada por
la brusquedad con la que lo hago. ¿Quién soy yo? Anaís de
Trafgana, futura reina de Adelia. Sumisa, dulce, me gusta tomar el té
con Blanca, la pobre niña cuyo padre falleció hace unos años y el
palacio adoptó de forma desinteresada como mi dama de compañía y
confidente. No. Soy cualquier cosa menos eso. Soy Anaís. Anaís el
bicho raro. La sabelotodo. La niña que no regresaba a casa hasta
tarde, lloviera, nevara o hiciera sol. No estoy enamorada de Rommel.
Me gusta escribir y leer todo lo que caiga en mis manos, contar
estrellas fugaces y atrapar ranas en el pantano, poniéndome perdida
de barro. Y me gusta hacer todo esto junto a Blanca: la persona más
importante en mi vida. La única a la que estoy segura de querer. Ah,
y odio el té.
¿Voy a
dejarles ganar? ¿Voy a ser quien ellos me han enseñado a ser? No.
Desde luego que no.
Cojo
algo de ropa limpia, provisiones suficientes para unos días y todos
los libros y pergamino que puedo. Salgo discretamente y encuentro a
Blanca en el jardín, cuidando unas rosas del color de su cabello.
-¡Blanca!
Deja lo que estés haciendo. Nos vamos de aquí.
-
¿Anaís? ¿Qué estás diciendo?
-Lo que
oyes. No soporto más la vida que me ha tocado vivir. No aguanto al
príncipe, ni que me trate como si no supiera nada, ni que me levante
la mano. No soporto ocultar mi gran pasión ni que todos tengan que
decidir sobre mi futuro excepto yo. No soporto nada, salvo a ti. A ti
te amo. Y amar no es lo mismo que querer. Amar es no solo con el
corazón, si no con todo mi ser.
-
Anaís... Ya sabía yo que eras inteligente. Siempre he soñado con
este momento. Reharemos nuestra vida... juntas.
- Sí.
Buscaremos fortuna por lo pequeños pueblos del reino y seremos
libres para ser quienes somos.
Corremos
hacia los establos y montamos un caballo cada una. Y, así, al
atardecer, mientras todos los caballeros del reino marchan a la
guerra, nosotras marchamos hacia el horizonte.
Y ese
fue el inicio de nuestra historia. Mas hermosa que cualquiera que se
haya podido escribir.
Hasta pronto, muy, muy pronto. ¡Que la suerte esté siempre de vuestra parte! Y recordad: No leemos porque no tengamos vida, leemos porque decidimos tener más de una.
Precioso cuento, Lucía. Espero que sigas leyendo mucho, escribiendo y ganando premios, a pesar de que las tares escolares...
ResponderEliminarMuchas gracias! Valoro mucho los comentarios así <3
EliminarFelicidades Lucía, por este premio y por todos los que, estoy convencida, de que vendrán en adelante!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
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